sábado, 16 de septiembre de 2006

Reflexiones de un ególatra: El hombre como animal

En la calle, en sus casas... la gente se indigna porque seguimos provocando guerras y más guerras. ¿Por qué culpar a un único país o a una organización de naciones? Todos estamos involucrados. Todos somos culpables.

¿Se conocerá esta época en el futuro como la era de las guerras? Siempre ha habido guerras, pero, ¿no nos parece que se están produciendo demasiadas simultáneamente? Para colmo, en algunos sitios se están matando sin que lo sepamos. Allí no hay nada que tenga valor como para que deba mencionarse en las noticias.

Decimos que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces en la misma piedra. Me parece una exageración. En realidad, en resumen, el hombre es un animal. Y, como todos los animales, se deja llevar por sus impulsos. Instintivamente, lucha por los recursos. Como hacen las colonias de hormigas cuando comparten un territorio que sólo puede pertenecer a una de las comunidades.

Por tanto, el problema no es que el hombre, siendo el único animal dotado de raciocinio (que sepamos), no sea capaz de detener los conflictos. Ni siquiera que siga provocando otros enfrentamientos a lo largo y ancho del planeta. El problema es que no utilice su inteligencia para lo que debe, para arreglar los contratiempos y resolverlos mediante el uso de la razón y la palabra.

Desaprovechamos nuestras capacidades. Desdeñamos nuestras grandes facultades. Lo hacemos al elegir la vía más cómoda y rápida (a corto plazo).

Sin embargo, nos equivocamos. La vía más cómoda y rápida es llevarse lo mejor posible con todo el mundo. Emplear la diplomacia (la hipocresía sin queremos llamarla así, una de las virtudes del ser humano) para vencer la animadversión entre facciones.

Pero, claro, el ser humano recibió otros dones junto con el raciocinio: la ambición. Y el poder, el dinero, son, para la mayoría de nosotros, cosas mucho más deliciosas y reconfortantes que los frutos de la generosidad y la solidaridad.

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